Cuando alguien ha planteado soluciones de la empresa privada para el aligeramiento del sector público, es habitual que surja una primera lÃnea de defensa: «Las recetas para la empresa privada no valen en el sector público». Antes de despreciar el argumento como excusas de mal pagador, deberÃamos entrar y tratar de definir qué es diferente en el sector público porque realmente sà hay diferencias:
- ¿Cuántos funcionarios se necesitan?: La figura de funcionario originalmente surgió como la necesidad de que determinadas posiciones se escapasen a una especie de «ley de obediencia debida». La seguridad en el empleo supone que la autoridad jerárquica tiene limitaciones y el funcionario puede negarse a algo que vaya en contra de lo que considera correcto. ¿Tiene sentido que un ordenanza o un administrativo sean funcionarios o el carácter de funcionario deberÃa limitarse a posiciones concretas? La seguridad en el empleo del funcionario existe para que pueda oponerse a la realización de actividades ilegÃtimas pero, en lugar de eso, es utilizada  como contrapartida a un salario más bajo del que tendrÃa en una actividad similar en el ámbito privado.
- En el sector público no existe ánimo de lucro: Cierto y ésta ha sido una caracterÃstica interpretada como «barra libre», especialmente desde posiciones polÃticas. En el sector privado, cuando la cifra de beneficios disminuye se encienden todas las luces rojas y, por ello, la cifra de beneficios acaba siendo utilizada como indicador de eficiencia. No es correcto; un negocio privado puede ser muy eficiente y no dar beneficios y esto señalarÃa, sin ninguna duda, que no es un negocio viable. En sentido contrario, un negocio puede ser muy ineficiente y dar beneficios por encontrarse en una situación de privilegio por la causa que fuere. Es esperable que en este caso el nivel de despilfarro y burocracia crezca proporcionalmente al volumen de beneficios. La cifra de beneficios no es, por tanto, un indicador perfecto pero es un indicador. ¿Cuál tiene el sector público? El sector privado tiene una alarma de eficiencia que no funciona bien pero el sector público no tiene ninguna y, aunque no le sean exigibles beneficios, sà le es exigible la eficiencia.
Cuando la interpretación se lleva a términos de eficiencia, parece claro que el sector público necesita indicadores de eficiencia totalmente distintos de algo imperfecto pero simple y visible como es la cifra de beneficios. Podemos decir que ésta es la dificultad técnica para conseguir que el sector público funcione eficientemente. Sin embargo, no es ésta la única ni posiblemente más importante dificultad:
Un viejo chiste decÃa que a un partido polÃtico lo llamaban el estanco porque entraban allà por Ideales y salÃan con Fortuna (marcas de tabaco ambas). No mencionaré el partido polÃtico del que se decÃa esto porque hacerlo representarÃa un agravio comparativo respecto de otros a los que encajarÃa igualmente el nombre de estanco y por idénticos motivos. Los partidos son, en buena parte, maquinarias cuyo éxito se mide en términos de cuota de poder conseguida. Cuanto mayor sea la cuota de poder, mayor será el número de personas que podrán colocar.
Si se racionaliza la distribución de competencias entre Estado central y CC.AA., si se eliminan las Diputaciones, si se reduce el número de Ayuntamientos, si se eliminan las empresas públicas que no aportan nada y si se realiza una auditorÃa organizativa que permita eliminar los ejércitos de asesores, liberados y demás familia, el partido polÃtico que tome esta decisión se verá obligado a hacer un ERE en sus propias filas, cosa que le puede resultar más difÃcil de afrontar que la ira del ciudadano exprimido sin que vea claramente dónde va su dinero.
Hay una diferencia sustancial entre el sector público y el sector privado: Este último tiene un indicador de eficiencia que, siendo muy imperfecto, permite señalar un punto donde decir «Aquà se acaban las bromas». El sector publico no tiene tal indicador y eso, en sà mismo, es una invitación a buscar atajos y puertas falsas.
Además de la razón organizativa, existe una razón polÃtica: El partido que se atreva a afrontar una reforma seria del sector público va a generar muchos damnificados entre sus propias filas. En el pasado se han realizado numerosas privatizaciones que no eran sino una forma de hacer que viniera un tercero sin compromisos previos a afrontar un problema en el que el poder de turno no querÃa entrar.
En una situación crÃtica como la actual ¿se atreverá alguien a coger el toro por los cuernos o, como en el caso de las privatizaciones, se preferirá que entren los «hombres grises» de Bruselas sin compromisos previos?
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